Capítulo 1
If I should ever die, God forbid, let this be my epitaph:
The only proof he needed for the existence of God was music.
Kurt Vonnegut
El sol se filtra a través del exuberante follaje verde y deja destellos en la mejilla sin afeitar del joven que duerme junto al muro de ladrillo rojo. Está desaliñado, arrugado, con el cuello desabrochado más de lo normal. A su lado yace su instrumento musical y una botella de cerveza. A él y a sus igualmente desaliñados compañeros los despierta un músico desordenado del mismo grado de desaliño, con gafas torcidas.
Chicos, levántense, vamos, hoy tenemos otra fiesta.
- ¿En qué autobús saldremos de este agujero?
- ¡Sueña! Hoy es domingo, no hay autobús. Tendremos que hacer autostop.
- Mira, mira, un camión vacío, ¡solo hay dos ovejas!
- Ovejas...
- No te quejes, da gracias que no son gallinas, ¡la última vez estuve una semana limpiando mi traje de plumas!
El camión polvoriento se detiene en la cuneta con un chirrido de frenos sufridos. Los músicos se levantan del césped, se sacuden el polvo rojo, se ponen los sombreros, recogen los instrumentos y perezosamente suben a la caja del camión.
El camión arranca. Los chicos en la caja exponen sus caras al viento, al sol y al nuevo día, beben cerveza y tocan melodías. Viajan de una fiesta ajena a otra, como de costumbre.